
La hiedra se abrazaba al muro de piedra de la casa. Por el alfeizar de la ventana penetraban los destellos de las luciérnagas, desparramándose una luz trémula por el desván donde se entreveía la silueta de una mujer rutilante.
Los dos callábamos. Su cara borrosa. Había un agradable olor a alcanfor en la buhardilla, ella extendió su mano y, cuando comenzó a desnudarse dejó al descubierto su alma. ¿Quién era aquella desconocida? Probablemente, el recuerdo de un sueño escondido saliendo del baúl donde guardaba los cuentos.
Los dos callábamos. Su cara borrosa. Había un agradable olor a alcanfor en la buhardilla, ella extendió su mano y, cuando comenzó a desnudarse dejó al descubierto su alma. ¿Quién era aquella desconocida? Probablemente, el recuerdo de un sueño escondido saliendo del baúl donde guardaba los cuentos.
Volvió a amanecer nevando. Me restregué las legañas, y subí trastabillándome hasta el desván siguiendo el rastro del aroma a naftalina, la puerta estaba entornada, debajo del solivo el baúl apolillado, y dentro, un vestido de seda blanco con la estela de lo incierto.












