
Ella balbuceó unas últimas palabras, y se fue
a dormir un sueño infinito, abrazada a su
muñeca de trapo. De alguna manera, acordó un
pacto con la noche para que acariciara sus
parpados, para que conquistara sus ojos, porque apagó
su mirada, acompañando la languidez del crepúsculo.
En el interior de su cuarto, se encuentra atrapado
el resplandor de sus ojos inquietos, los momentos
de ternura, su voz mimosa. Sobre la cama,
dormitan los peluches con los que creó
su universo de fantasías, y esparcidos por la casa
los juguetes cómplices en sus travesuras.
Nos queda su pasado fugaz tallado de sonrisas, la añoranza
que va y viene, el recuerdo imperecedero, la
evocación nostálgica de vivencias que se
aferran a nosotros, y el corazón mordido
de melancolía por su ausencia.