Otro día lluvioso. Me acuerdo que desde niño la lluvia siempre ha custodiado a mi tristeza, tal vez por ello, me agrada ver las gotas de agua alborotándose en el cristal de la ventana. Una a una, disciplinadamente, van escurriéndose de manera pertinaz por vericuetos ya explorados, formando minúsculas burbujas que atesoran los recuerdos de un viaje infinito. Dejando un rastro para sus sucesoras que les permitan capturar los momentos perdidos. Salgo de la cafetería a la calle. Me detengo mirando hacía arriba, manteniendo la mirada extraviada en el llanto de las nubes, y un tipo que pasa tropieza con su extrañeza, nunca vio a nadie buscar respuestas en la lluvia.
